Los lunes al sol, el feng-shui y los trucos para engañar a los gatos que están a dieta

Los lunes al sol, el feng-shui y los trucos para engañar a los gatos que están a dieta

Me ducho casi todos los días al aire libre. Veo el sol cómo se pone. Escucho el lento movimiento del mar, sin apenas viento y con muchos grados de calor y humedad. La luz empieza a ser anaranjada. El cielo ya pasando de su azul claro pálido (no es un azul brillante, no es un azul nítido) a los tonos del desierto, pero sobre el mar.

Ayer lo pensaba, mientras me duchaba en este escenario, se supone que esto es algo cercano a la definición de “privilegiada”, se supone. Anyway, yo era feliz bajo mi ducha de agua a temperatura ambiente, o sea, 40 grados, mi ducha de la libertad, como yo la llamo ¿Cuándo podré volver a disfrutar de casi todos los días ducharme delante de este horizonte en plena puesta de sol? Y como no sé la respuesta, aprovecho para disfrutar del ahora, que sí que puedo, a pesar de las circunstancias.

Los lunes al sol es una película de Fernando León de Aranoa, de hace ya casi 20 años, con Javier Bardem y Luis Tosar. Recuerdo que en su momento me interesó muchísimo. Los protagonistas se han quedado sin trabajo y todos sus días “al sol” son un continuo fin de semana… pero en paro.

Así me sentía yo ayer en mi ducha de la libertad, como un eterno lunes al sol. Aun así, sonreí, vi atardecer, frente al mar, pero con el calor del desierto, fui muy feliz, me fui a casa, y otro día más.

Los lunes al sol son mucho más llevaderos con compañía, por eso, cuando vi que todo esto llegaba, me refiero al confinamiento, decidí que una bonita conversación recién despertada, un buenas noches antes de cerrar los ojos de manera remolona, un ¡no hagas ésto! de vez en cuando, para dar vidilla a la monotonía de la felicidad, una mirada de amor, inocente e incondicional, una risa floja de las de haciendo el tonto sin querer, la preocupación bonita del amor, la responsabilidad del cuidar, proteger, la relajación del sentimiento… Sí, definitivamente los lunes al sol van a ser mucho mejor en compañía.

Me puse en marcha, pregunté a un par de amigas (una de ellas la del pepino orgánico), googleé varias opciones, y contacté con una asociación de animales con muchos, demasiados, perros y gatos de todas condiciones, abandonados, maltratados, accidentados y todos ellos, allí, con los ojos bien abiertos mirándote, esperando su turno. Ya sabéis que soy especialmente felina, cualquiera valía, bastante cruel es normalmente la situación por la que se encuentran allí, como para convertirlo en un a-ti-sí-a-ti-no. ¿Tenéis alguno minusválido?, pregunté, ¿de verdad?, contestaron, normalmente nadie quiere adoptar animales minusválidos ¿tenéis alguno?, volví a preguntar, no veo ninguno. Sí, tenemos dos. Silvestre que tiene solo tres patas y Lulu que tiene sólo un ojo y además cojea.

Pues desde ese día, bueno, desde el siguiente. Silvestre y Lulu están conmigo. Ante la incertidumbre de los lunes al sol, en vez de adoptar, me comprometí a tenerlos de acogida hasta que pueda definitivamente adoptarlos o encuentren antes un hogar para siempre. Al día siguiente fui a buscarlos, con la ayuda de mi amiga Mariposilla, que la llamo así porque siempre estaba volando de un país a otro, y, ahora, que ya no vuela, su bonita y dulce energía sí que lo hace sobre todos nosotros.

– Mariposilla, te necesito ¿me puedes ayudar mañana a llevar dos gatos minusválidos a mi casa?

– Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii ¡halaaaaaaaaaaaaaaa! ¡qué boniiiiiiiiitooooooooooooooo! Claro que te ayudo – Sí, evidentemente esta es mi amiga Mariposilla y su siempre feliz energía.

– Tengo un plan. Como son gatos adultos, tienen entre 2 y 3 años, ya sabes que los gatos son territoriales y no quiero que piensen que uno ha llegado antes que otro o que se apropien de sitios y luego se peleen. Así que necesito llevarlos a casa al mismo tiempo. Yo tengo una jaula portátil, tú tráete la tuya, y les abrimos la puerta de la casa al mismo tiempo.

– ¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyy! ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Joooooooooooo! ¡Qué bonitoooooooooooooo! Claro que voy contigo- Mariposilla y su energía.

Yo me traje a Lulu en mi coche y Mariposilla traía a Silvestre en el suyo. Misión cumplida. Llegamos a casa. Los gatos, típico, maullando de estrés y miedo. Pusimos las jaulas juntas delante de la puerta. Abrí la puerta y abrimos las jaulas. Entraron en casa, exploraron cada uno a su manera y ya llevan cuatro meses tan felices por aquí. Eso sí, ante la traumática experiencia del traslado, Silvestre no ha vuelto a dirigirle la palabra a Mariposilla que tan amablemente me ayudó a traerlo a casa. Cada vez que Mariposilla viene, se mete debajo de la cama y literalmente no sale hasta que se vuelve a ir. Mariposilla insiste con su bonita voz, Siiiiillllllveeeeeeesssssssssstreeeeeeee, Siiiiillllllveeeeesssssssssstreeeeeeee. Nada. Mutismo absoluto. ¡Jo, Silvestre! ¡Que te quiero decir hola! A Silvestre le toca un pie el saludo de Mariposilla. ¡Siiiiiillllveeeeeeeeeessssstreeeeeee! Insiste mi amiga. Y se rinde. Y le afecta ¡Jo, no lo entiendo… Silvestre no me quiere! Y mira que es raro porque a Mariposilla la queremos todos. No te preocupes, le digo, no te lo tomes así, ya sabes que desde el accidente todo ha sido traumático para él y se debe pensar que a lo mejor te lo vuelves a llevar en el coche. Tranquila, ya se le pasará. Pero, parece que no, que no se le pasa, porque cada vez que la oye, se esconde y se niega a salir hasta que se va.

A los pocos días de que llegaran, como ya nos imaginábamos por lo que estaba pasando en el mundo, el confinamiento también llegó al desierto. Definitivamente, los lunes al sol, confinada, son mucho mejor acompañada. Nos llevó algo de tiempo, tampoco mucho, desde el principio se sintieron a gusto y con ese instinto animal percibieron que estaban en un lugar, al menos, seguro, calorcito de hogar, comida, y, al fin, parecía, que, en lugar de vivir en una jaula en el veterinario, podían tener… una casa con todos sus elementos. Así que probaron la cama, y decidieron que allí pasarían las noches, mi cama, no la suya, la suya la utilizan solo de día. El sofá 1 y el sofá 2 se lo alternan, como las distintas partes de los mismos. El cabecero, reposa manos, cojines, aprovechan todo. Los zócalos de las ventanas, también les gustan, y para variar de monotonía, cuando ya han pasado un rato en el sofá, saltan a la ventana. La alfombra también les pone mucho, para mi desgracia, porque les pone como rascador de uñas, con lo cual, todos los días mis vecinos deben oír el Silvestre, Lulú, y un churro, para qué os he comprado un rascador ¿eh? ¿Para que no le hagáis ni caso? ¡Hombre! ¡Vamos! ¡Ya os vale! El baño de invitados se ha convertido en su baño, con lo cual si hay invitados ya no tienen baño, bueno la que no tengo soy yo porque mi baño es su baño, el de los invitados, menos mal que con lo del virus apenas tengo visitas, así que, cada uno en su baño que siempre es mejor. Y así poco a poco, los tres nos hemos acostumbrado a nuestra permanente presencia y parece ser que nos gusta.

Sus minusvalías son consecuencia de accidentes graves y su vida se la deben a la gente buena que sí que hay, a pesar de que tengamos siempre la sensación de que el mundo está lleno de “buitres”. Sí, existen, como también las mariposas y los delfines, y son más.

Silvestre apareció un día en un barrio residencial delante de un chalecito cuando la dueña salía a poner la comida a los gatos que siempre andan alrededor de su casa. Cuando lo vio, se dio cuenta de que apenas podía andar, arrastraba su pata izquierda delantera, maullaba con mucha pena, y, evidentemente el dolor tenia que ser más que importante. No saben qué le pasó, ni cómo llegó hasta allí, pero se fue con su marido al veterinario y a partir de ahí un largo proceso de operaciones, que no pudieron salvarle la infección y tuvieron que amputarle la pata. Este matrimonio corrió con todos los gastos y se pusieron en contacto con la asociación. No se lo podían quedar porque en su casa, dentro, tenían perros, y fuera y por los alrededores los gatos le hacían bullying por solo tener tres patas. La asociación se comprometió a buscarle a alguien y nos encontramos todos en el camino.

Lulu, algo parecido, se cayó desde una altura importante, y tuvo más de tres operaciones con infecciones constantes en la pata trasera, de la que se ha quedado coja, más pérdida del ojo derecho. La asociación y los donantes se encargaron de todo, y, luego, como con Silvestre, nos encontramos todos en el camino.

Silvestre y Lulu son felices. Al menos desde que yo los conozco. Silvestre salta que da gusto, que a veces le digo menos mal que tienes solo tres patas porque si tuvieras las cuatro… Y Lulu con su andar despistado y su movimiento de cuello para fijar mejor la vista, en seguida encuentra el lado más blandito de la cama o del sofá para mirarte, y, con su ojo pirata, decirte, ahí te quedas que yo me voy a echar la siesta y tan contenta.

El confinamiento estoy segura de que ha dado lugar a casi tantas historias como billones somos en el planeta. Y el post confinamiento no estoy todavía tan segura de si ha servido para abrirnos los ojos a esa “nueva normalidad” que no sé quién se ha empeñado en llamarlo así. Me chirría por todos los lados. Me suena a invasión extraterrestre y todos sometidos a la nueva normalidad con el invasor. Me parece de marketing barato, y, de hecho, creo que ha sido copiado de una serie de Amazon prime video, que eso, va de dominados: The Man in the High Castle (en español se ha traducido como “El hombre en el castillo”). La serie se basa en una novela de ciencia ficción, ¿lo veis? ¡los extraterrestres que nos invaden! Y se sitúa en Nueva York, después de la segunda guerra mundial, donde son las potencias del Eje (Alemania, Japón e Italia) las que han ganado la guerra y han dividido a Estados Unidos en tres partes. Y esta es la “nueva normalidad” como uno de los capítulos se llama, The New Normal, acostumbrarse a vivir en un nuevo orden… invasor. Por eso no me gusta llamar así a la era post confinados, me suena a que voy a ver a seres verdes con escamas y pistolas láser a la vuelta de la esquina.

La era post, la vivo a los lunes al sol, buscando el viento en la playa como loca para ver si entre él y el agua me ayudan a entender. De momento me traen mucha fuerza, una energía muy poderosa, foco, sí, foco, concentración, esfuerzo físico, visión, gratitud y recompensa. Todos los días busco el viento. Mientras lo espero inflo mi cometa y preparo todo el equipo. Cuando empieza a llegar me cierro el arnés y le pido a alguien que me ayude a lanzarla. Con ella en el aire me concentro en el horizonte y en la dirección y fuerza del viento. Estudio por dónde me va a llevar y por dónde quiero yo que me lleve (ese es el truco del kitesurf). Me fijo en los que ya están en el agua. Respiro tranquila. Agarro la tabla. Me meto en la orilla. Doy gracias. Me coloco (que tiene su truco). Y despego. Siempre dependemos de lo que dure el viento, pero si nos deja, podemos pasarnos cuatro horas yendo y viniendo, y cada minuto que pasa es más mágico.

Hace diez meses que empecé con mi aventura de kiter, así nos llamamos los que practicamos el kitesurf. Un deporte extremo que te permite recorrer el mar por su superficie a la velocidad del viento. Podría decir que lo empecé por miedo. Ya sé que suena raro pero sabía que tenía que ver también con mis miedos. El viento impone, asusta, es agresivo, cambiante, impredecible. Aliarte a él requiere de cierta agresividad y determinación, que creo, es lo que buscaba dentro de mí. Una agresividad controlada, más enfocada a la determinación y seguridad de movimiento, que a la fuerza o violencia incontrolada. Esto último trae lo peor, la cometa se te puede descontrolar muy peligrosamente. Lo primero, la fuerza, rapidez, técnica y control ayuda a que la cometa se alíe con el viento y, entonces… vueles. No voy a entrar en detalles técnicos del deporte, pero, para mí, desde el principio, ha sido una necesidad de descubrir, enfrentarme y reforzar “algo” que de verdad no puedo definir, pero sé que está relacionado con un equilibrio de luchas que tengo dentro.

Toda esta metafísica, evidentemente, es mía, mis cositas, mis historias, mis sensaciones y emociones, esas cositas que solo puedes contar a amigas que te entienden, porque otros te pueden mirar como ¡ah! ¿si? pues vale. Hasta que antes de ayer viendo otra serie estupenda en Netflix me quedé, sí, con los pelos de punta y entendí muchas cosas de esas difíciles de entender. El maravilloso Morgan Freeman presenta una preciosa serie documental titulada “La historia de Dios” donde explora el papel de la religión en la historia humana, cómo nuestras creencias nos conectan y las posibles respuestas a las preguntas sobre la vida. Un recorrido precioso sobre diferentes culturas, religiones, creencias, muy bien producido y maravillosamente presentado por uno de mis actores favoritos. Cada capítulo recorre un tema diferente, quién o qué es Dios, hay vida después de la muerte, qué es el diablo, y en el dedicado a los milagros, ¿destino, suerte, casualidad…? Morgan Freeman entrevista a una consultora Bazi (Taoísmo, en la cultura China, los cuatro pilares del destino) y transcribo literalmente cuando están hablando sobre las energías por las que todos estamos conectados:

– Feng Shui está basado en el principio por el que todo lo que nos rodea está conectado. Todo está hecho de energía. Y todos estamos conectados a través de esta energía. Feng es “Viento” y Shui es “Agua” – en este momento que descubro el significado literal del Feng Shui… mis pelos empiezan a ponerse de punta – Es energía que no podemos crear o destruir. Está siempre ahí. Pero si podemos transformarla, aprovecharla…. Montarla – Y me visualicé montada en mi tabla volando con mi cometa sobre el agua.

He descubierto que el Feng Shui literalmente significa viento y agua y es una práctica que utiliza precisamente estas energías para armonizar y equilibrar el ambiente que nos rodea. Por lo tanto, las direcciones de cómo y dónde fluyen el viento y el agua afectan el futuro de uno.

– En China decimos que los pájaros no vuelan, son volados. Los peces no nadan, son “nadados” (llevados) por el agua.

– Todo lo que nos pasa en esta vida es el resultado de todas las cosas a las que estamos conectados – mi Morgan Freeman con su maravillosa voz – Lo que llamamos intervención divina, son conexiones de las que no somos conscientes… Me pregunto si no deberíamos de parar de intentar controlar tanto nuestras vidas y aprender a “montar la ola de la vida”-

Mis pelos ya no estaban de punta. Estaba paralizada y entendí, cómo la libertad y la energía del kite me estaban ayudando a montar la ola de la vida y no a controlarla.

Es tras estas sesiones de kite, cuando me doy la ducha de la libertad. La ducha al aire libre, con el viento ya relajado, los colores del cielo cambiando, la marea y las olas también. Y yo, que mientras respiro todo ésto, aunque sea consecuencia de los lunes al sol, doy gracias y me siento infinitamente fuerte, armonizada y equilibrada.

Todas estas cositas del espíritu son muy personales y no se pueden generalizar o convertir en válidas para todos. Cada uno tiene su pelea interna, su manera de encontrar el equilibrio, de entender la fuerza de la naturaleza, los ciclos de la vida, y todas, mientras nos ayuden a ser más fuertes, más generosos, más agradecidos, más constantes, nos valen. Como la compañía, cada uno elige la suya, pero que sea para sumar, restar y quitar, nada. Bueno, excepto los kilos. No lo digo por mí, lo digo por mis compañeros de piso. El confinamiento también, entre otras cosas, creo que ha traído mucho aumento de peso. Y eso descubrí hace una semana cuando me fijé en las prominentes barriguitas de Lulu y Silvestre. Siendo uno cojo, y el otro, mutilado, no creo que el exceso de peso les venga bien así que llevan una semana a dieta y ya no sé qué inventarme para engañarles y se crean que les pongo mucha comida cuando en el fondo les pongo muy poca.

– Hija ¿te paso algo? – Mi madre intentando hablar conmigo a mis once y media de la noche.

– Mamá, no, tranquila, estoy bien, solo que estoy pelín cansada, llevo unos días que no duermo mucho.

– ¿De verdad? Me preocupas, tú nunca has estado en la cama a las once y media ¿de verdad que no te pasa nada?

– Que no mamá, de verdad, te quiero mucho, pero hablamos ya mejor mañana.

– Seguro que son los gatos…- Y es que a mi madre los gatos no le hacen mucha gracia.

– Es que los tengo a régimen mamá… Llevo una semana quitándoles la comida a las diez y media de la noche y ya nada hasta la mañana siguiente, y claro, aquí (en el desierto) que ya sabes que a las seis es totalmente de día, pues me empiezan a chupar los pies y hacerme la pelota para que les ponga comida y ya no me duermo.

– Ya lo sabía yo, los gatos – Dicho con tonito.

– Creo que los prefiero un poquito gordos, pero durmiendo. Tranquila que esta noche me invento un truco para que me dejen dormir por lo menos hasta las siete y media (aunque todos los días sean lunes al sol, la disciplina es la disciplina).

Llevamos ya todos tres días durmiendo mejor. En lugar de quitarles su plato, se lo dejo con mínimo contenido y hago mucho ruido cuando les pongo la comida como si estuviese volcando toda la bolsa, cuando apenas cae una fililla de pienso, sabor atún y salmón, y así, sí. Todos a dormir.

Os sigo observando,

@acatinthedesert

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