La habitación del pánico. Ella y yo

La habitación del pánico. Ella y yo

Evidentemente con este título no estamos ante la continuación de mis historias del desierto, el mar y la joya Piaget. La segunda parte está on hold y así creo más expectación. Pero es que después del capítulo que viví el otro día, todavía, no del todo recuperada, he tenido que hacer un paréntesis y contar las horas de tensión que yo sola, gata en el desierto, encerrada, viví ante la amenaza de uno de los animales con más poder de manipulación que existen no aquí, sino en todo el universo, sí, seguramente hasta en el espacio. ¡Yo! ¡Gato! Bueno ¡Gata! Que presumo de felina independiente, por unas horas era más un minino amenazado que un ejemplar de mi especie con mi sistema sensorial, en muchos aspectos, superior al del ser humano, y, en prácticamente todos, altamente sofisticado. Si, yo, qué miedo pasé y qué de pesadillas soñé.

Mi padre me dijo un día, gatita, lo mejor de los barcos no es tenerlos, sino tener un amigo que los tenga. Me lo dijo a cuento de su gran amigo andaluz que disfrutaba tanto invitándole a pasar un maravilloso día. Ahora, su amigo, que ya está en el cielo, los tiene que tener a todos por ahí arriba bailando sevillanas con una copita de vino fino de Jerez. Volviendo a mi padre, que pisa la tierra y espero que sea el primer ser humano, junto a mi madre, en convertirse en inmortal, mi padre, decir, decir, dice cosas más sabias y más profundas, pero esta me venía al pelo porque, lo mejor de tener buenos amigos, es su generosidad, y disfrutando de esta generosidad me encontraba en un delicioso apartamento de Abu Dabi, mirando al mar y a la pantalla del ordenador cuando al gatito le entraron las necesidades más básicas y en el baño me hallaba cuando de repente !ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy! allí estaba ¡ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy! Tranquila y descarada, en el centro de una majestuosa bañera blanca, que ni su mármol tan finamente vetado pudo impedir su chulesca y desafiante actitud ante una indefensa gata, sentada en una fría taza de baño, paralizada y helada ante la visión de ella, la cucaracha más grande que jamás he visto. Puede que esté exagerando, me da igual su tamaño comparativo, para mí era gigante, horrorosa, y su marrón tan oscuro en medio de tanto blanco hacia todavía la situación más pintoresca.

Solté un grito inevitable de susto. Intenté calmarme porque me di cuenta que estaba temblando, y, mirándole le dije, vale, está bien, hagamos un pacto. Ya sé que con las cucarachas no se debe hacer ningún pacto, pero la sola idea de matarla me horrorizaba. Pensar en el ruido que haría, todavía ahora escribiendo sobre ello me desagrada, que encima se me escapase o que llegase a subirse por mis brazos o piernas en el intento de caza y captura ¡ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy! ¡me muero! ¡ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy! ¡no! Así que empecé por establecer un dialogo unilateral:

  • Tranquila que no te voy a matar. Estate, tranquila – yo.
  • ………………………………………………………………………….- (lo que quiere decir un largo silencio) ella.
  • Hagamos una cosa, voy a cerrar la puerta del baño para que no puedas salir de aquí, y, cuando vuelva en un rato, no te quiero ni ver – yo.
  • ………………………………………………………………………… – moviendo sus antenas ¡me estaba estudiando! ella.

Eso hice, cerré la puerta, volví a la mesa de trabajo e intenté seguir enviando correos electrónicos sin éxito porque mi bloqueo ante semejante amenaza era superior a la voluntad de hacer como si nada. A ver gatita, tú, que presumes de 1,77 más tacones. Tú, que eres ¿cuántas veces más grande en tamaño que ella? Si, tú, o sea, yo, y ya no había manera de concentrarme en nada más que saber que este bonito apartamento de 80 metros cuadrados de repente se había convertido en la habitación del pánico en donde ella y yo no teníamos más remedio que vernos las caras.

Googleé “cucaracha” para descubrir que sus antenas largas, finas y casi del mismo tamaño de su cuerpo, están forradas de dos tipos de pelos sensoriales que constituyen unos muy bien desarrollados órganos sensitivos para tocar y oler. Lo sabía, me estaba estudiando. Son insectos nocturnos y se esconden durante el día en lugares tan inaccesibles como zócalos, conductos de ventilación, desagües, cloacas… ¿y qué narices hace la mía desafiándome a las 12 del mediodía? Será h…. de p….

Sin saber muy bien por qué, seguía leyendo y me enteré que encima “un estudio ha puesto de manifiesto que las cucarachas toman decisiones de grupo” ¿y si abro la puerta y me encuentro con que ha llamado a sus amigos y se me echan todas encima? ¡ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy! ¡que ascoooooooooooooooooooooooo! ¡qué horrorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr! Continué investigando: “las cucarachas son difíciles de atrapar. Son muy sensibles a las vibraciones de la superficie y son capaces de detectar los más pequeños y ligeros movimientos y responder a ellos. Una cucaracha puede detectar la vibración del movimiento del aire mucho antes de que el atacante se pueda acercar a ella y puede correr con rapidez en busca de protección en una hendidura o grieta inaccesible” ¡stop! ¡stop! ¡stop! ¡ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!

Con un miedo horroroso, un asco indescriptible y sin capacidad de armarme de ningún tipo de valor, abrí poco a poco la puerta del baño, esperando no estuviese por allí, hubiese sido cabal y me hubiese escuchado, pero la muy sinvergüenza allí seguía, paseándose, al menos sin amigos, y no me pude aguantar. Intenté parecer chula y confiada y le dije desafiante:

  • Te vas a enterar. No me has hecho caso antes, aquí sigues, pues voy a por ti – Yo.
  • ………………………………………………………………….- con más movimiento de antenas, ella.

Me puse muy chula, la verdad, y sí muy chula, pero sin saber cómo narices la iba a matar porque casi me daba más asco y más miedo eso, que verla paseándose por la bañera de mi amigo. Agarré dos toallas grandes que había y se las lancé rápidamente encima y allí se quedó atrapada. Me sentí eufórica por segundos, me sorprendí riéndome y contenta porque ya la tenía, pero… ¿cuál era el siguiente paso? ¿y si me acerco a estrujarla bajo las toallas y se sale por un lado y se sube por mi brazo? ¡ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy! ¡Kafka, churros, como se te ocurre escribir algo tan desagradable como la metamorfosis! No exagero si digo que no sé cuánto tiempo me pasé allí mirando las toallas, totalmente vigilante por si se escapaba por algún lado, y no tenía capacidad de acercarme. Era gigante. Cuando ya me decido, lo sabía, lo había leído, me había sentido y rápida se movió por uno de los laterales. El gritó que pegué, si mi amigo vive en un segundo, lo debieron oír hasta en el último piso. Y atacada de nervios ahí estaba yo, sólo pendiente de no perderla de vista para saber dónde estaba mi enemigo ¡ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy! La muy p… se escondió debajo de la moderna taza volante de baño del bonito apartamento al que creo ya nunca volveré. Cerré corriendo la puerta y me fui en busca de una fregona para aplastarla impúdicamente.

¿Sabéis que había leído también en mi rato de research? que “en condiciones controladas, una cucaracha puede llegar a sobrevivir varias semanas sin cabeza. Y la cabeza también puede sobrevivir sin el cuerpo hasta que se queda sin energía. El cuerpo puede seguir funcionando, reaccionando a estímulos, pero sin la acción inhibidora coordinada del cerebro”. Por favor, qué desagradable. Y volví, decidida a poner fin a esto que estaba durando demasiado y que, de verdad, lo estaba pasando mal, mal, mal, mal.

Y cuando volví… ¡ya no estabaaaaaaaaaaaaaaa! Creo que me entró más miedo ahora que no estaba que cuando la podía seguir con la mirada ¡no estaba! Fregona en mano miré bien por todos los lados y ¡no estaba! No me quedé tranquila. Cerré la puerta y me fui directa al supermercado de al lado a por el más potente “mata bichos” que hubiese y, cuando volví, impregné el bonito apartamento con un aroma de mata “ratas” potente que me tuve que ir, y menos mal que mi amigo no volvía hasta dentro de 10 días porque no se hubiese podido quedar.

Aprendí, también, la lección. A todo tipo de cucarachas no hay que darles ni una oportunidad ¿Cómo funciona nuestro cerebro y cómo se establecen las asociaciones cuando somos capaces de paralizarnos ante un elemento del tamaño de unos 5-6 centímetros (aunque la mía pareciese de 5 metros)? Seguro que estará el valiente que diga, yo no, a mí no me dan asco, a mí plim. Pues, por favor, si está soltero que me pida matrimonio, que no me lo creo, igual que mi abuela no se creía que algún día pudiese verme “pasar por el altar”. Y así se fue al cielo, sin verme de blanco. Así que en su honor y en el de Oscar Wilde, que decía que quererse a uno mismo es el principio de un largo romance, soltera me mantendré.

Esta historia se la dedico a mi amigo, al que nunca le dije nada para que durmiese en paz, y que, si es verdad que me lee, como él siempre me asegura, se estará enterando ahora mismo de que en su apartamento… hay cucarachas.

Os sigo observando.

@acatinthedesert

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